Cómo responder al nuevo paradigma global

By Susana Farran | Economia, España, Futuro, Noticias, Politica, Trabajo, Transformar | 0 Comments

El Siglo XXI nos ha traído, como un subproducto de la revolución tecnológica y en concreto del desarrollo de las tecnologías del transporte y las comunicaciones, la llamada “globalización” y con ella el abatimiento progresivo de las barreras que trababan los movimientos de las personas, los bienes y los capitales. El mercado se ha hecho uno. Se han venido abajo las compuertas y se mezclan todas las aguas.

Un movimiento de esta envergadura tenía que producir reacciones de todo género. No podemos pensar que esa variopinta y súbita mezcla de personas (migraciones) bienes y capitales se podía producir sin que ocasionara consecuencias novedosas graves e inesperadas, especialmente en los países mejor acomodados en la situación anterior: los llamados países desarrollados, singularmente la vieja y decadente Europa.

En efecto, la traslación masiva de industrias hacia regiones menos desarrolladas y por tanto con costes salariales con los que no se podía competir junto a la escasez en Europa de grandes industrias de tecnologías de vanguardia para sustituir esa deslocalización y para colmo, una devastadora crisis económica, ha hecho crecer dramáticamente el desempleo, ha producido un ingente traslado de rentas salariales hacia territorios extra europeos, empobreciendo a nuestras clases trabajadoras y ha creado en nuestras poblaciones desesperanza y miedos de todo tipo. Además, al no haber acontecido lo mismo con las rentas de capital, ha aumentado la desigualdad y con ella la indignación con la ciudadanía a la que la corrupción ha ayudado poco.

Así pues, tenemos una situación radicalmente nueva que está siendo aprovechada por unos políticos de nuevo cuño, los populistas, que tratan de llevar las aguas a su molino sin que los partidos tradicionales sepan dar respuesta adecuada a las simplistas recetas de aquellos. Deberíamos ser especialmente cuidadosos y comprensivos con el descontento actual aunque no fuera más que para no repetir las trágicas trayectorias de los años 30 del siglo pasado, subsiguientes al crack de 1929, que comenzaron con medidas proteccionistas y concluyeron con la Segunda Guerra Mundial.

Nuestras poblaciones están asustadas (unos) e indignadas (otros) y vemos brotar manifestaciones xenófobas e incluso racistas. Una parte de la clase dirigente se limita a condenar estas actitudes sin pararse a pensar cuál es su causa; esa descalificación frontal conduce a un crecimiento del descontento y también a un incremento de los votantes a los partidos extremistas que las defienden. Así ha sucedido con el Brexit en el Reino Unido, con los partidos de extrema derecha en Centroeuropa (Francia, Alemania, Austria, Holanda, etc.) y últimamente con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Este último, además, ha anunciado ya medidas proteccionistas que no sabemos si llevará a la práctica. Si lo hiciera, estaría retomando el camino de los años 30 ya comentado y con él, dando pie a los peores augurios.

Ello por lo que respecta a la Economía; si pasamos a hablar de Geopolítica, la situación es también muy novedosa y, por tanto, incierta: al mundo bipolar, estático, enfrentado por razones ideológicas y aterrado ante la posibilidad del holocausto nuclear que inauguró el fin de la Segunda Guerra Mundial, al que llamamos “Guerra Fría” y que finiquitó con la caída del Muro de Berlín y el subsiguiente desplome de la Unión Soviética, le ha sucedido una situación magmática, cambiante y muy incierta en la que nos encontramos y cuyas principales certidumbres son:

A. Una única potencia hegemónica que son los Estados Unidos, cuya ventaja tecnológica, militar y económica parecen asegurarle esa posición de liderazgo por un tiempo muy considerable. A este respecto no debemos olvidar a la otra superpotencia de la Guerra Fría, la Unión Soviética (hoy Rusia) que no quiere resignarse a un papel de segundón en el nuevo orden mundial estando dispuesta a dar un zarpazo a todo aquel que pretenda seguir debilitándola, esté justificado o no, como ha acontecido en Crimea.

B. La principal amenaza a la hegemonía norteamericana la constituye China, un país gigantesco, con más de 1.300 millones de habitantes; un colosal y muy duradero crecimiento económico; un gigantesco aumento de sus gastos militares y un mal disimulado interés en ostentar la hegemonía en su zona. Sin embargo, al menos hasta ahora, no ha sido posible conseguir un maridaje duradero entre una economía de mercado y una dictadura política como el existente en China, de ahí que muchos expertos vaticinen un bache y el consiguiente traspiés en esa trayectoria ascendente que pueda dar al traste con sus proyectos de futuro.

C. Una continuada decadencia europea. Después de 500 años de preponderancia mundial, Europa quedó literalmente exhausta tras las dos terribles guerras del siglo pasado y ha cedido la batuta a los norteamericanos. Incapaz de defenderse militarmente, ha renunciado a permanecer en la vanguardia tecnológica y lleva camino del empobrecimiento económico (al menos relativo) y de la insuficiencia demográfica. Si decimos que Europa supone el 6% de la población mundial, el 20% de su P.I.B. y el 50% del gasto social, estamos prefigurando su futuro. Confiemos en que otra vez y como el Ave Fénix, sea capaz de sacar fuerzas de flaqueza, unirse políticamente y hacer oír su voz en un mundo que quiere adoptar sus principios, sus valores y su modo de vida, pero que cada vez le escucha menos.

D. A esos principios, valores y modos de vida se opone de un modo radical un porcentaje, parece que menos pero muy significativo, del mundo islámico: el Yihadismo; que hoy se yergue como la principal amenaza a nuestro mundo. Se prefigura una nueva dualidad, esta vez no ideológica sino cultural y religiosa que tiene en el terrorismo su faceta más cruel e inhumana.

E. Nos restan los dos continentes de futuro: por un lado América Latina, un pilar de nuestra cultura occidental lleno de brío y energía, riquísimo en materias primas de todo tipo y con una demografía pujante; pero todavía con una lacerante desigualdad de rentas y, por ello, con una deficiente cohesión social. A mi juicio, la principal ventaja comparativa de España con el resto de los países europeos es su cercanía (humana, cultural y económica) a esta región. Si América Latina consolida sus regímenes democráticos y aumenta su cohesión social, puede ser la zona del planeta con mejores perspectivas de futuro a corto y medio plazo.

Mayores problemas envuelven el futuro de África, ubérrima en materias primas pero con un índice de desarrollo (hablo en términos generales) tanto humano como económico, indudablemente menor. Para Europa es fundamental la estabilidad en el Norte de África; recordemos que el Mediterráneo es la frontera del mundo con mayores diferencias económicas, demográficas y culturales. Es de interés prioritario y urgente el desarrollo económico que consolide a sus poblaciones, disminuyendo la presión migratoria sobre el Sur de Europa (lo que, de paso, aliviaría nuestra preocupación con los extremismos políticos) y dificultando la expansión del islamismo radical en la región.

Por si todos estos problemas no fueran suficientes, otras dos pesadillas nublan nuestro futuro: me refiero al cambio climático y a la degradación medioambiental. En conclusión, el orden mundial que está emergiendo requiere con urgencia una respuesta adecuada para controlar mejor las tensiones existentes y las todavía más graves que se avecinan.

Respuesta que no puede provenir del actual sistema de gobernanza mundial nacido hace 70 años en unas circunstancias radicalmente distintas de las actuales. Debemos pues esforzarnos en la tarea urgente de construir un nuevo andamiaje de instituciones (o de modificación de las existentes) que sea capaz de hacer frente a los nuevos retos.

Eduardo Serra Rexach

Artículo Expansión

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